
Entonces queda demostrado que soy un buen comprador. No compro lo que no necesito así me lo ofrezca una chiquilla en una malla apretadísima que promociona artículos de limpieza para autos de una marca de reciente aparición. Lo único que compro compulsivamente son destornilladores.
La razón de esta conducta la descubrí por mis propios medios sin la necesidad de ningún psicoterapeuta, esos especimenes de la fauna médica que hacen que les cuentes tu vida y escogen el episodio más ingrato para relacionarlo con el trauma que te aqueja y que siempre le encuentran alguna connotación sexual a tus problemas. ¡No señor psicoterapeuta!, lo mío no es un problema sexual ni el destornillador tiene un simbolismo fálico.
Todo comenzó cuanto tenía 3 años de edad y una inocencia del tamaño de mi curiosidad, de los cuales tengo borrosos recuerdos (atribuibles a los hechos que narro a continuación), cuenta mi madre (aka Mamuska) que a raíz de haber introducido un clavo en uno de los tomacorrientes de la casa, luego de recibir la descarga eléctrica correspondiente, corrí a esconderme debajo de la cama de la cual no salí hasta que llegará papá (aka El viejo).
Fue ese acontecimiento el que me cambió la vida, no me dio superpoderes, lo cual hubiera sido fenomenal, de sólo imaginar a un SuperElmo me produce una ancha sonrisa, pero como en países subdesarrollados no nacen superhéroes (el Chapulín Colorado no califica como tal) sólo me creó la necesidad de dominar al “monstruo de la paredes” (léase la corriente eléctrica) y que se convirtió en el descubrimiento temprano de mi vocación.
Trate de olvidar dicho episodio con pasatiempos que iba inventando, en especial uno que consistía en la caza de hormigas. Resulta que de niño gustaba de matar hormigas usando un método de mi invención que nos dejó a mi padre a y mí sin destornilladores. En casa no había un sólo destornillador utilizable y siempre había que pedir prestado a los vecinos, porque destornillador que El viejo compraba yo le daba curso.
Desde entonces, en aras de descubrir los misterios de la electricidad, me dedique a desarmar todo aparato que usara electricidad en la casa, lo cual hacía en ausencia de mis padres e incluso tenía un cronograma hecho, cada fin de semana mientras mis padres daban rienda suelta a su espíritu juerguero, yo le daba curso a la radiola (en esa época no había equipo de sonido), el televisor, la refrigeradora, la plancha, la lustradora, a los que desarmaba con inexorable éxito y armaba con dudosos resultados, esto último lo supongo por las piezas que me sobraban y que se constituyeron en mi primer lote de repuestos.
A los 8 años, El viejo me hizo ayudante de un amigo suyo que arreglaba radios y televisores en el barrio, lo que transcurrió sin mayores contratiempos y que sirvió para reafirmar mi vocación.
Al cumplir los 10 años mi padre comprendió que le salía más barato mandarme a estudiar electrónica a un CENECAPE (si no sabes que es pregúntale a tu papá) que mandar a arreglar los artefactos de la casa que yo me empeñaba en desarmar, o sea que me gané ese derecho a punta de mucho trabajo y esfuerzo. Es así que a los 13 años obtuve mi primer título a nombre de la nación como Técnico en Electrónica.
Para efectos de las clases en el CENECAPE me compró todo lo necesario para iniciarme en el mundo de la electrónica, excepto los destornilladores, fue entonces cuando me creó el trauma al espetarme "toda la vida me has quemado los destornilladores, ahora tú te vas comprar tus destornilladores" y lo juró "por Dios que los destornilladores no te los compro".
Desde entonces compro destornilladores casi todos los meses, tengo en casa alrededor de 200 destornilladores, sin contar los que regale o perdí.
Amigo(a) blogleyente, si sabe de alguna cura que no sea la acupuntura o la psicoterapia (los cuales ya probe y descarte), hágamelo saber por este medio, le quedare eternamente agradecido.