Esta Nabidad me recuerda la última vez que pise una Iglesia por propia voluntad, últimamente voy obligado por las circunstancias propias de los casamientos de mis amigos, mientras que mis amigos van al casamiento obligados por las circunstancias.
Pero que pase la Nabidad en la Iglesia por voluntad propia me consta (recorrí a pie las 14 cuadras que separan mi casa de la Iglesia) y le consta al padre Ramón, que aún lo recuerdo como lo recuerda todo mi barrio y mis orejas de las cuales era fanático pues era también mi profesor de religión en el colegio fiscal del barrio en que nací, donde a falta de palmetas se usaban las orejas de los alumnos.
Del padre Ramón queda un busto frente a la Iglesia del barrio del cual era cura titular, supuestamente se fue al cielo y yo pienso ir al mismo lugar a pesar de los augurios del padre Ramón a quien pienso darle una sorpresa.
El padre Ramón ya era viejo cuando lo conocí, se hizo popular pidiendo ladrillos para construir la Parroquia, al cabo de una semana de colecta un cerro de ladrillos se formó en el patio del colegio. yo por mi parte tenía otras ideas respecto al uso de los ladrillos y comencé a apilarlos en las partes menos visibles de las paredes del colegio por dentro y por fuera, lo que me permitió salir y entrar libremente al colegio a cualquier hora.
En una ocasión alguien me tiró dedo con una revista, cuyo nombre no me acuerdo pero comenzaba con zeta y los ladrillos fueron más útiles que nunca, la revista desapareció inclusive para mí dentro de la pila de ladrillos, porque lo mínimo que me había prometido mi Auxiliar de entonces (conocida como La Pajarito por la cara de chibola que tenía) era una expulsión, debido a una broma que hice acerca de su trasero y que no le gustó y que a mí me sigue gustando.
Todas las Navidades en mi barrio fueron maravillosas. Mis padres organizaban al barrio que tenía mucho en común, todos los otros padres eran jóvenes y trabajaban para la misma compañía, pero no sólo eso; tenían en común el lugar de reunión, mi casa; el mismo televisor, el de mi casa; el mismo refrigerador, el de mi mamá y el mismo malcriado en sus casas, yo. Debo aclarar que de niño fui rotario, debido a que los vecinos se rotaban mi presencia en sus casas.
Además todo el barrio recibía regalos el mismo día y era todo un acontecimiento conocer el regalo de los demás sin ningún asomo de envidia, esto hacía más consistente mi idea de que Papa Noel existía, de quien decían mis padres aparecía por el barrio en la primera quincena de Diciembre porque luego tendría más trabajo.
Se armaba el nacimiento entre todos, un nacimiento gigante en mi jardín que usaba focos de colores en lugar de luces navideñas, se usaban grandes figuras de yeso de José, del Niño Dios y de la Virgen (que luego me fui a enterar que eran las más escasas como lo sigue siendo hasta ahora) y hasta se creaba un río al costado del pesebre para que se pudieran refrescar el burro, el buey y otros animales.
En la noche de Nabidad todo el barrio aparecía con ropa nuevecita, los niños con su peinado con gomina y niñas con su cola de caballo. A las doce cantábamos “Nabidad, Nabidad, blanca Nabidad” o “la virgen se está peinado” y que a propósito hasta ahora se sigue peinando.
Pero esa Nabidad del 75 fue diferente. No se si fue buena a mala suerte, pero mi regalo fue una pelota de fútbol, pero una de verdad, no una Viniball sino una Mikasa. Mis padres (fue la única Nabidad que no estuvieron) habían salido a ver a mis abuelos al extranjero (léase Arequipa), dejándonos al cuidado de los vecinos a los tres hermanos que éramos por entonces. También por aquellas épocas, la selección peruana obtenía sus mejores performances.
El asunto fue que llevado por mi pasión por el fútbol en plena práctica frente a gramado de mi jardín, cogí la pelota, fui avanzado con ella, cambié de pierna dominando al cuero que no cambiaría por nada, hice como si dribleara a un contrario y le metí tal patadón que la pelota cruzó el aire con la etiqueta de gol puesta. Le había metido un gol a la mismísima Virgen María, la que costo tanto trabajo conseguir, estando rota ya no servía como Virgen.
El nacimiento no era mío ni de mis padres sino de todo el barrio, pero la culpa era toda mía y todo el barrio pensaba lo mismo. Y porque soy demócrata a carta cabal desde ese entonces, decidí no participar de dicha Nabidad.
Llegue a la Iglesia algunos minutos antes de las 12, cuando la misa ya había comenzado, y estaba llena de gente que no tenían mayor consuelo que pasar la Nabidad oyendo el aburrido latín del padre Ramón, creo que a partir de allí comenzó mi lucha contra lo extranjero.
Me senté en la última fila, porque los últimos serán los primeros, según la Biblia que ya había leído y que hasta ahora ningún testigo de Jehová ha logrado que vuelva a leerla. Yo, en ese entonces, creía en aquello como creía en los ángeles, en las vírgenes, en las mujeres y en la tecnología.
Todo iba bien en la misa hasta que llegó el momento del reparto de la hostia. Don Ramón ordenó se hiciera la cola respectiva, se formó la cola de tal manera que los de las bancas de adelante estaban adelante en la cola y los de las últimas bancas estaban al final de la cola; el padre Ramón desobedeciendo la palabra de Dios comenzó el reparto.
Yo esperaba ser el primero y tenía dos razones: una divina y otra humana. La ley divina dice que los últimos deben ser los primeros y la ley del hombre dice que los niños y las mujeres deben ser primeros, y ante tal violación de las leyes (mi otra vocación fue el Derecho) ejercí mi derecho a la insurrección. Todas mis sartas de cohetes que había preparado para la ocasión y otros artefactos similares las use en la misa.
Definitivamente, no fui el primero ni el último, porque la misa se suspendió a raíz del escándalo que provocaron las viejas subiéndose a las bancas y gritando histéricas como si hubiesen visto una rata. Juró por mi madre que ratas blancas no llevé, porque a mi me gusta la diversión civilizada y estaba en la Iglesia defendiendo mis derechos y no en plan de diversión.
A esa Iglesia no he vuelto ni pienso ir jamás, esas viejas aún existen y se mueven como los carros antiguos; de a pocos, temblando y emitiendo gases pero se mueven. Y no es por el que dirán, sino porque frente a la puerta de la Iglesia está esperándome el padre Ramón, en forma de busto pero ahí esta. Pero no hay problema, mis amigos como todos los peruanos tienen la huachafa idea de que es mejor casarse en una Iglesia que no sea la del barrio.
Y para lo que siempre critican. Si, ya lo sé, Nabidad no se escribe con b de burro sino con v de vaca, pero no es como lo escribes o vistes a la Navidad, sino como la compartes.
4 comentarios:
yo no voy a misa desde que quede de verme con una amiga en la iglesia cerca de mi casa T_T pa colmo me quede escuchando toa la misa y ella no aparecio O_O
Pero que sorpresa encontrar un relato con éste. Lleno de remembranzas. Eso de la virgen rota, me mató.
Sabes que me he quedado prendido con tus relatos... que descubrimiento.
Gracias por tu comentario y visita en mi blog.
Por cierto, no tienes que esperar hasta el otro año para estar en la copa, ya estas en ella, te puse allí.
También por tu comentario en el post del Negrito Américo.
Volveré por aquí.
¡FELIZ AÑO NUEVO!
PD: ¡Chimpun Callao!
Karen:
¿Y no sueñas con volver a misa como protagonista de ella?
Rammses:
Mucha generosidad de tu parte al incluirme en tu brindis de fin año.
Graciaaaaaaaaasssssss.
jajajaja que buen relato, lo de la virgen rota es genial y lo de las viejas que son como los carros viejos también jajaja. Hay una "navidad" en tu relato que está con "v" chica.
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